No sé qué ha sido de Londres después de la debacle. No seguirá tan rica, tan bella, tan libre, tan segura. Hemos vivido allí algunos de sus mejores años.
Nos recuerdo recurrentemente en el Victoria & Albert. En la tienda de libros. En la Tate por la noche, y luego cruzando el puente.
Nos recuerdo continuamente en Notting Hill, recorriendo Portobello como dos (y luego tres) turistas.
Nos recuerdo, claro, en Hyde Park. Corriendo, jugando, haciendo picnics. Era el jardín de mi casa.
La sensación, nada más llegar, de que el universo era nuestro.
Nos recuerdo en los juegos olímpicos. Disfrutando de deportes desconocidos. Esgrima, balonmano.
Pero también la final de baloncesto, donde tocamos la gloria con la yema de los dedos. Y los triples malditos e imposibles de Kevin Durant. Y la gran lección de los americanos, levantándose a celebrar cuando aún nos quedaban segundos vitales. Espero no olvidarlo nunca. Y el gesto huraño con que Romay nos recibió a la salida de North Greenwich.
Nos recuerdo en un extraño bar del este, rojo, encima de un puente. Y la tarde en el gabinete de curiosidades.
Recuerdo con pena infinita las últimas tardes por Bayswater.
Recuerdo, absurdamente, con mucho cariño, esas pintas en el pub del London City Airport. Y los taxis que nos llevaban a Heathrow. También la tranquilidad que me invadía cuando regresaba.
Pero también las conversaciones con mi padre, cuando me llevaba a Barajas. Viéndole cada vez más mayor. Intentando fijar su cara en mi mente. Viendo que acabaría pasando lo que acabó pasando.
Recuerdo esas mañanas, camino del trabajo. La certeza de estar en el mejor sitio del mundo.
Recuerdo, claro, la mañana del Brexit. Ese crujido sordo que rompió el cielo de Londres. Cómo nos miramos, incrédulos, sabiendo que era el fin. Serían las cinco de la mañana.
Londres con sol es la ciudad más bella del mundo, siempre lo decíamos. Pero también lo era con lluvia.
La navidad allí era mágica. Pero todos los días eran un poco navidad.
Las tardes de sunday roast en The Castle. Cómo la camarera supo que venías al mundo.
Jugando con la pelota en el piso sin amueblar.
Recuerdo las tardes melancólicas en el Polpo de Notting Hill, y luego en la tienda de libros que cerraron. Nos recuerdo comiendo junto a Cersei Lannister, y su familia, y no eran los Lannister, y parecía una buena familia.
Los infinitos paseos por Holland Park. Los pavos reales. Jugando al tenis en el sonido de la ópera.
Tú y yo somos tierra. 1661.
Mis años en Inglaterra, felicidad casi ininterrumpida. Solo algunos, muy pocos, momentos malos. Tal vez por eso no tuve casi necesidad de escribir. Era artista solo con pasear. Vivir en un sueño continuo.
Esa necesidad que me persigue ahora, ansiosa.
Volví a Madrid justo a tiempo; pude disfrutar los dos últimos años de mi padre. El destino toma decisiones que solo se entienden más tarde.