¿Han ido a vivir alguna vez a otro país?
No me refiero si han viajado a otros países. Me refiero a si verdaderamente han dejado atrás la vida que tenían en su país de origen para embarcarse en una nueva vida, durante varios años.
Si es así, puede que hayan compartido algo que sentí yo al hacerlo. Dentro de las miles de experiencias y choques culturales que experimentan quienes hacen algo así, y de las que sin duda se habla de manera más completa en otros sitios que no son este blog, hay uno especialmente curioso: el sentir que existe un acervo cultural desconocido, un montón de pequeñas piedras que configuran un mosaico maravilloso del que no teníamos noticia.
Escritores, músicos, series de televisión, cuentos. Por no hablar de las canciones infantiles, deportes desconocidos, costumbres extrañas, anuncios televisivos de hace treinta años que marcaron generaciones que no son la suya (pero con la que coincide en edad), juguetes, dulces, recuerdos colectivos.
Visitar una librería de otro país es al mismo tiempo maravilloso y apabullante. ¿De verdad no conozco todo esto?
Y me recuerda, también, a la sensación que tuve a una corta edad. La tuve muy nítidamente, quizá con unos diez u once años, cuando en un periódico dominical se publicaba con entregas una Historia del Cine, y me encontré que existía algo llamado La trilogía de Apu. ¿Era posible que existieran películas antiquísimas1Antiquísimas: de treinta años de antigüedad por aquel entonces. El mundo de Apu (1959) era en aquella época casi diez años más joven de lo que es hoy Cazafantasmas (1984). realizadas en la India y de las que no había tenido ninguna noticia?
Al encontrarme las primeras listas de «las mejores películas de la historia del cine» caía en una mezcla de maravilla y desasosiego. «¡Tanto por conocer!», pero al mismo tiempo «¡tanto por conocer!»
Según uno va cumpliendo años se va encontrando con la desagradable sensación contraria. Que es más raro encontrar algo que no le suene. No digo que lo conozca, ya que (no sé si afortunada o desafortunadamente) nunca tendré el tiempo suficiente para leerlo todo, ni siquiera todo lo imprescindible. Pero sí que no le suene.
Al final del pasillo, en un recodo en el que no queremos pensar, al final de un camino que queremos pero no queremos recorrer, se encuentra la tétrica frase del poeta Mallarmé: «La carne es triste, […] y yo he leído todos los libros».
E internet lo ha hecho todo peor. Mejor, pero peor: todo lo exótico está ahora al alcance de un clic. Ahora tenemos Google Maps. No existe la posibilidad de soñar con Zihuatanejo:
Y, sin embargo, no es así. No todo está a nuestro alcance.
Piensen que hasta ahora solo he hablado de lo conocido.
Es más, de lo mejor de la Historia. De los imprescindibles.
Hay muchos más: los que tuvieron un momento un momento de gloria, y ahora se han olvidado. O los que ni siquiera tuvieron un momento de gloria, pero de alguna manera estuvieron allí. Presentes. La gran clase media.
Pero ni siquiera estoy hablando de esos.
Resulta que existe un mundo desconocido, subterráneo, que lo componen las obras que ni siquiera han llegado a salir a la luz. Un mundo enorme y luminoso, un mundo maravilloso lleno de obras de arte y del que nadie tiene noticia.
Un país desconocido, un paraíso de obras maestras que nunca serán contempladas.
Observen esto:
Cuántos artistas habrá habido, y seguirá habiendo, que ni siquiera han llegado a asomar la cabeza. Cuánto arte, posiblemente maravilloso, habrá quedado totalmente olvidado. Como las semillas que caen en tierra baldía.
Porque aquello de que el talento siempre triunfa es mentira, como posiblemente ya sabrán.
Y es que para mí lo más indignante de este ejemplo no es que los artistas mueran y se les olvide sin que nadie sepa de ellos. Lo más indignante es que el arte puede estar pasando por delante de nuestras narices, y no seamos capaces de apreciarlo.
Porque nadie nos ha dicho que debamos hacerlo.
Porque nadie nos ha indicado que «esto es bueno».
Porque quizá no nos hemos atrevido.
O porque quizá no somos tan buenos apreciando lo bueno.
Veamos algunos ejemplos. Y obviamente son ejemplos de gente que ha salido finalmente a la luz, algunos solo después de muertos. Porque, por definición, no puedo darles ningún ejemplo de los artistas ignorados a los que me refiero.
La leyenda del Hombre de Azúcar
Si hay alguien paradigmático de esto que estoy hablando es Rodríguez.
Rodríguez fue un cantautor que apareció en Detroit a finales de la década de los 60. Era un hombre misterioso, del que apenas se conocía nada, y que cantaba en los cafés de la época. Como tantos otros.
Grabó un par de discos que apenas vendieron nada, y desapareció. Cuentan que se suicidó.
Un historia como tantas.
Pero vean esta letra:
Sugar man, won’t you hurry
Cause I’m tired of these scenes
For a blue coin won’t you bring back
All those colors to my dreamsSilver magic ships you carry
Jumpers, coke, sweet Mary JaneSugar man met a false friend
Rodríguez. Sugar Man (1970).
On a lonely dusty road
Lost my heart when i found it
It had turned to dead black coal
Que traducida dice:
Hombre de azúcar, no tardes
Porque estoy cansado de lo que veo
Por una moneda azul, ¿me devolveríastodos esos colores a mis sueños?
En tus mágicos barcos de plata llevas
Anfetas, cocaína, y dulce marihuana.
Hombre de azúcar: encontré un falso amigo
En una solitaria y polvorienta carretera
Perdí mi corazón, y cuando lo hallé de nuevo
Se había vuelto un trozo muerto de carbón
O esta:
Cause I lost my job two weeks before Christmas
And I talked to Jesus at the sewer
And the Pope said it was none of his God-damned business
While the rain drank champagneMy Estonian archangel came and got me wasted
Rodríguez. Cause (1970).
Cause the sweetest kiss I ever got is the one I’ve never tasted
Oh but they’ll take their bonus pay to Molly McDonald,
Neon ladies, beauty is that which obeys, is bought or borrowed
Que significa:
Porque perdí mi trabajo dos semanas antes de Navidad
Y hablé con Jesús en la alcantarilla
Y el Papa dijo que eso no era su maldito problema
Mientras la lluvia bebía champán
Mi arcángel estonio vino y me dejó completamente colocado
Porque el beso más dulce que existe es aquel que nunca me dieron
¡Ah! pero bien le darán su paga extra a Molly McDonald
Señoritas de neón, la belleza es aquello que obedece,
ya sea porque la compras o la tomas prestada
Pero no son solo las letras. Es su música. Y su voz.
No me tiembla el pulso al escribir que juega en la misma liga que el nobel Bob Dylan. Y le habría plantado cara si hubiera tenido más tiempo para crecer, más proyección.
Lo maravilloso del asunto es que, una vez desaparecido e ignorado, uno de sus discos llegó incomprensiblemente hasta la Sudáfrica del apartheid, y allí se convirtió en un boom estratosférico. Tanto que dicen que sembró la semilla de libertad y protesta que haría caer aquel abominable régimen político.
Todo esto se cuenta en la película Searching for Sugar Man (2012) de Malik Bendjelloul, es una absoluta obra maestra e indudablemente una de las películas de mi vida. Más que nunca les recomiendo que (si tienen la inmensa suerte de no saber nada de ella) la vean YA y sobre todo QUE NADIE LES HAGA SPOILER.
De hecho, no vean ni siquiera el trailer:
El genio de Erode
Quizá hayan oído hablar de Srinivasa Ramanujan (1887-1920). De hecho (si no pertenecen al campo de la Matemática) es más probable que hayan oído hablar de Ramanujan antes que de muchos otros matemáticos famosos. Y es que Ramanujan, junto a Fermat2Matemático francés del siglo XVII que dejó escrito en los márgenes de un libro un teorema que estuvo 350 años sin conseguir ser demostrado. Lo que dejó escrito fue lo siguiente: «Es imposible encontrar la forma de convertir un cubo en la suma de dos cubos, una potencia cuarta en la suma de dos potencias cuartas, o en general cualquier potencia más alta que el cuadrado, en la suma de dos potencias de la misma clase. He descubierto para el hecho una demostración excelente. Pero este margen es demasiado pequeño para que (la demostración) quepa en él». El último teorema de Fermat fue finalmente demostrado en 1995 por Andrew Wiles con la ayuda de Richard Lawrence Taylor. Como se dice en la Wikipedia, «Wiles utilizó para ello herramientas matemáticas que surgieron mucho después de la muerte de Fermat, de forma que este debió de encontrar la solución por otro camino, si es que lo hizo. En cualquier caso, tenía razón». o Galois3Uno de los matemáticos más importantes de la historia, que murió a los veinte años en un duelo por (aparentemente) un lío de faldas. Parece que en su última noche (y cito de nuevo a la Wikipedia) «Évariste Galois estaba tan convencido de la inminencia de su muerte que pasó toda la noche escribiendo cartas a sus amigos republicanos y componiendo lo que se convertiría en su testamento matemático. En estos últimos papeles, describió someramente las implicaciones del trabajo que había desarrollado en detalle y anotó una copia del manuscrito que había remitido a la academia junto con otros artículos. […] Sus últimas palabras a su hermano Alfredo fueron: «¡No llores! Necesito todo mi coraje para morir a los veinte años».», es probablemente una de las figuras más románticas de la Matemática.
Ramanujan fue un matemático indio cuyos descubrimientos habrían pasado absolutamente desapercibidos de no haber sido porque el matemático inglés G.H. Hardy (1877-1947), por entonces profesor en Cambridge, decidió hacer caso a una extraña carta que recibió en 1913.
El episodio está narrado de manera inmejorable por C.P. Snow en el prefacio de A Mathematician’s Apology, de Hardy. Un libro que todos ustedes deberían leer, por cierto4Incluso si no tienen ni la más remota idea de Matemáticas., si les interesan los temas que trato en mi blog. Pues bien, el prefacio es casi tan digno de ser leído como el libro en sí, y me tomo la libertad de traducir su relato de este episodio, porque merece la pena. Creo que no hay manera de contar mejor esta historia.
Una mañana de 1913, [Hardy] encontró, entre la correspondencia diaria que se hallaba, como de costumbre, sobre su mesa de desayuno, un gran sobre de aspecto sucio repleto de sellos indios. Al abrirlo aparecieron varias hojas de un papel bastante manoseado, llenas de símbolos escritos a mano en un idioma que no era inglés. Hardy les echó un vistazo no demasiado entusiasta. Por aquel tiempo, a los treinta y seis años de edad, él ya era un matemático de fama mundial. Y los matemáticos de fama mundial, como ya había tenido ocasión de descubrir, estaban expuestos a un tipo de contacto muy particular. Se había acostumbrado a recibir manuscritos de extraños demostrando la sabiduría profética de la Gran Pirámide, las revelaciones de los Ancianos de Sión, o los criptogramas que Bacon había incluido subrepticiamente en las obras de Shakespeare.
Así que Hardy se sintió, más que nada, aburrido. Echó un vistazo a la carta que acompañaba a aquellos papeles. Era una carta escrita en un inglés extraño, firmada por un indio desconocido que le pedía que le diera su opinión sobre ciertos descubrimientos matemáticos. Aquel manuscrito parecía ser un conjunto de teoremas, la mayor parte de ellos con un aspecto fantasioso o delirante. Y había otros, uno o dos, que eran resultados bien conocidos pero que se presentaban como si fueran descubrimientos originales. Y no había demostraciones de ninguna clase. Hardy no solo estaba aburrido: empezó a sentirse irritado. Aquello parecía algún curioso tipo de fraude. Dejó el manuscrito de lado y siguió con su rutina diaria.
[…]
Por la tarde pasó brevemente por su apartamento5El lector debe darse cuenta de que Hardy era fellow de un college, en particular del Trinity, y por tanto su vivienda estaba en las mismas dependencias en que trabaja y pasaba la mayor parte del tiempo (N. del T.).. Aquel preciso día, aunque su rutina no se había visto alterada, sentía que internamente las cosas no iban del todo bien. No podía sacarse aquel manuscrito indio de su cabeza. Aquellos teoremas locos, casi disparatados. Teoremas como no había visto (ni imaginado) otros iguales en toda su vida. ¿Un fraude… o un genio? Una pregunta se iba formando lentamente en su cabeza. Y, tal como era la mente de Hardy, la pregunta se iba formando con una claridad casi de epigrama: «¿Es más probable que sea un fraude genial… que la obra de un genio desconocido?» Claramente no, concluyó. Volvió a mirar aquellas páginas. Y mandó un mensaje a Littlewood [otro matemático célebre, amigo y colaborador de Hardy], (y lo hizo probablemente por mensajero, ciertamente no por teléfono: un artilugio por el que, al igual que por todos los ingenios mecánicos incluyendo la pluma estilográfica, Hardy sentía una profunda desconfianza), pidiéndole que se vieran después de la cena.
[…]
Aproximadamente a las nueve de la noche, ambos se encontraban en una de las habitaciones de Hardy con el manuscrito delante de sus ojos. Aquella fue una de esas escenas en las que a uno le hubiera gustado estar presente. […] Parece que no les llevó mucho tiempo formarse una idea. Antes de medianoche ya lo sabían, y lo sabían con una certeza absoluta. El escritor de aquellos manuscritos era un hombre de genio. Eso fue a lo más a lo que llegaron aquella noche. No fue hasta un tiempo después cuando Hardy decidió que, en términos de genio matemático natural, Ramanujan estaba al mismo nivel que Gauss y Euler. Pero que no podía esperar, debido a los defectos en su educación, y porque había llegado demasiado tarde a la línea histórica de las matemáticas, que hiciera una contribución a esta ciencia de la misma escala que ellos.
Todo esto suena fácil, la clase de juicio que todo gran matemático debería haber sido capaz de hacer si hubiera contemplado esa obra. Pero hubo dos personas que no salen muy bien paradas de esta historia. (Hardy, por cierto, siempre ocultó caballerosamente este hecho). Estas dos personas de las que hablo llevan muertas muchos años, y ha llegado el momento de contar la verdad. Es sencillo: Hardy no fue el primer matemático eminente al que se le mandaron los manuscritos de Ramanujan. Hubo dos antes, los dos ingleses, los dos del más alto nivel. Y ambos le devolvieron los manuscritos sin comentarios. No creo que esté registrado lo que dijeron, si es que dijeron algo, cuando Ramanujan se hizo famoso. Aunque también hay que decir que todo aquel que alguna vez haya recibido material no solicitado podrá sentir una silenciosa empatía por estas personas.
En cualquier caso, al día siguiente Hardy entró en acción. Había decidido traer a Ramanujan a Inglaterra. Y el dinero no iba a ser un problema: en Trinity siempre habían apoyado el talento heterodoxo.
[…]
Ramanujan resultó ser un pobre oficinista en Madrás, que vivía con su mujer con veinte libras al año. Pero también pertenecía a la casta de los brahmanes, que son especialmente estrictos en su observancia religiosa. Y tenía una madre que era aún más estricta. Parecía imposible que pudiera romper sus prescripciones y cruzar el mar. Por suerte, su madre tenía el mayor de los respetos por la diosa de Namakkal. Y una mañana, la madre de Ramanujan realizó un sorprendente anuncio: Había tenido un sueño la noche anterior, y en él vio a su hijo sentado en un gran salón en medio de un grupo de europeos; y la diosa de Namakkal le había ordenado que no se pusiera en el camino de su hijo para que este pueda realizar el propósito de su vida. […] Así que en 1914 Ramanujan llegó a Inglaterra.
[…]
La relación [entre Hardy y Ramanujan] fue extrañamente conmovedora. Hardy no olvidaba que estaba en presencia de un genio. Pero un genio que estaba, incluso en matemáticas, casi carente de entrenamiento. Ramanujan no había podido entrar en la Universidad de Madrás porque no se pudo matricular en Lengua Inglesa. Era, según el propio Hardy, una persona amigable y de buen trato, pero a menudo encontraba los temas de conversación de Hardy, cuando no hablaban de asuntos matemáticos, bastante desconcertantes. Aun así Ramanujan le escuchaba con una sonrisa paciente, en aquel rostro amable y acogedor.
Incluso cuando hablaban de matemáticas, habían tenido que llegar a una especie de acuerdo para suplir sus diferencias en formación. Ramanujan era un autodidacta: no sabía nada del rigor moderno. En cierto sentido, ni siquiera sabía lo que era una demostración. […] Llegó un momento en que Hardy se vio en la necesidad de enseñarle matemáticas formales, como si fuera su estudiante. Hardy dijo que esta fue la experiencia más singular de su vida: ¿qué le parecería la matemática moderna a alguien que tenía la comprensión más profunda, pero que literalmente no había oído prácticamente nada de ella?
En cualquier caso, juntos produjeron cinco artículos del más alto nivel. […] La Royal Society nombró [a Ramanujan] fellow a la edad de treinta años (lo que es una temprana edad, incluso para un matemático), y Trinity también le nombró fellow ese mismo año. Fue la primera persona india en conseguir cualquiera de esas dos distinciones.
Pero pronto cayó enfermo. Y era difícil, en tiempo de guerra, trasladarle a un clima más benévolo. Hardy solía visitarle en el hospital en que estaba en Putney. […] Un día entró en su habitación, y Hardy, siempre bastante torpe a la hora de iniciar una conversación, dijo: «Creo que el número de mi taxi era 1729. Me pareció un número sin demasiado interés». A lo que Ramanujan respondió: «¡No, Hardy! ¡No, Hardy! Es un número muy interesante. Es el número más pequeño que puede expresarse como la suma de dos cubos de dos formas distintas.»
[…]
Ramanujan murió de tuberculosis, de vuelta en Madrás, dos años después del fin de la guerra. En palabras de Hardy: «Galois murió a la edad de veintiuno, Abel a los veintisiete, Ramanujan a los treinta y tres, Riemann a los cuarenta… No conozco ningún avance significativo en el campo de las matemáticas que haya sido iniciado por alguien mayor de cincuenta años.»
Poco más tengo que añadir.
La tumba del artista desconocido
Podríamos seguir contando historias similares. Conocemos la obra de Kafka gracias a que su mejor amigo, Max Brod, traicionó la promesa que le hizo en su lecho de muerte de quemar toda su obra no publicada (esto es, prácticamente todo). Van Gogh vendió muy pocos cuadros en vida, a pesar de ser hoy uno de los pintores más cotizados. Y podemos citar ejemplos más recientes como el del músico Nick Drake, quien murió a los veintisiete años sin apenas haber vendido ninguno de sus discos.
Pero insisto de nuevo. Estos son ejemplos de quienes sí han llegado. Quizá después de muertos, sí. Pero llegaron.
(Aunque, como dijo Woody Allen: «Yo no quiero alcanzar la inmortalidad por mi obra. Quiero conseguirla por no morir. No quiero vivir en la memoria de mis compatriotas. Preferiría vivir en mi apartamento»).
Me pregunto cuántos artistas han quedado en el olvido. Hay algunos que han elegido ser anónimos, y eso es fair enough.
Hay otros casos en que un artista célebre descubre (o resucita) un tipo de arte para el gran público, y de eso se benefician sus desconocidos creadores originales. Se me ocurre el ejemplo de Picasso, que trajo a la luz el arte ibero, el arte africano, o la cerámica. O Tarantino, cuya filmografía al completo es una glorificación de los géneros menores. Y sin duda esta acción tiene algo de aprovechamiento, pero también de reivindicación, y es innegable que al menos una fracción de los admiradores del artista mayor acabarán buceando en la obra de los artistas desconocidos.
Pero habrá muchos que han muerto sin que su obra llegue a ser apreciada. Quizás por nadie. Obras quizás revolucionarias, quizás majestuosas, que han nacido y muerto en la oscuridad. O que nunca tuvieron ocasión de florecer.
El arte puede estar naciendo y muriendo en cualquier parte del mundo sin que nadie lo sepa. A veces hay hardys que tienen la decencia de sacarlo a la luz una vez descubierto. A veces hay picassos que se benefician de hacerlo, pero a cambio los reviven.
Pero me temo que, muchas veces, ni siquiera sucede eso.
Y es que, como bien dijo Rodríguez, nothing beats reality.
En honor de todos los artistas que mueren, igual que existe una tumba del soldado desconocido, debería haber una tumba del artista desconocido.
Y si hubiera una tumba del artista desconocido, esta tendría que ser bella y luminosa como la de Victor Noir.