El hoy cancelado Woody Allen es, para mí, uno de los más grandes de la historia del cine. Un director de apariencia caótica y obsesiva que, sin embargo, tuvo la disciplina de sacar una película al año durante décadas.
Se dice pronto, pero desde 1969 a 2021 solo no ha hecho una película en los años 1970, 1974, 1976, 1981, 2018 y 2021. Seis de los últimos cincuenta y dos años. ¿Existías hace cincuenta y dos años?
Esta, queridos amigos, debería ser la primera enseñanza del genio de Brooklyn: Dejaos de mierdas y ejecutad.
Eso le permitía que sus películas nunca fueran perfectas. Y, realmente, tampoco lo necesitábamos. Eran «películas de Woody Allen». No solo un género en sí mismo sino un continuo, como episodios de una serie, como reuniones periódicas con un buen amigo. ¿Acaso necesitamos que cada encuentro con nuestro amigo sea perfecto en cada uno de sus segundos? No, y habrá algunos mejores que otros. Pero lo importante es que es el conjunto de los momentos vividos lo que hará memorable una gran amistad.
Esa forma de actuar, el no querer (à la Kubrick) firmar cada vez una obra maestra, le permite, en cierto modo, estar más relajado. Mantén tu disciplina todos los años y que las musas te encuentren trabajando, parecía ser su motto. Y el hecho es que las musas le han visitado muy a menudo1Para los que critiquen que haya bajado el pistón y sus obras tengan ahora menos calidad, dejando de lado su avanzada edad o la persecución a la que se ha visto sometido en los últimos años, me remito a frase de Trueba según la cual todo autor vale tanto como la mejor de sus obras..
Woody Allen es un director americano, pero tiene mucho de director europeo. Sus películas recuerdan a veces a la nouvelle vague, y, a pesar de su profundidad, parecen en muchos casos realizadas casi a vuelapluma. De hecho, al contrario de muchos otros directores ultraperfeccionistas, Allen no requiere de muchas tomas para cada escena. Prefiere no perder la espontaneidad de la película.
Y también por necesidades presupuestarias: sus películas son baratas, y las tomas extras cuestan dinero. De hecho, a pesar de los espectaculares nombres de las estrellas que aparecen en sus películas, todos ellos cobraron una cantidad irrisoria por participar en la película. Al menos hasta hace unos años, aparecer en una cinta de Woody Allen implicaba un prestigio intelectual que no necesitaba de ser remunerado con (tanto) dinero.
La estética de sus películas era toda una declaración de principios:
- El jazz, omnipresente en sus diversas variantes. Y Nueva York.
- La misma presentación en toda película desde 1975, como si fuera una película muda o una obra de teatro.
- La tipografía Windsor EF Light Condensed.
- Los actores en los papeles principales por estricto orden alfabético, como una compañía de teatro, sin estrellas. Solo separa entre papeles principales y secundarios.
- La duración: las películas de Allen son casi siempre cortas. Suelen durar 90 minutos, a veces ni eso2Match Point, con dos horas de duración, es una excepción en eso como en otras muchas cosas.. Siguen, por tanto, la máxima expuesta por Hitchcock según la cual ninguna película debía durar más que el tamaño de la vejiga humana.
- Y nunca es una película de Woody Allen, sino escrita y dirigida por Woody Allen.
Este maravilloso vídeo homenaje (¡bidireccional!) ejemplifica mucho de lo anterior:
(Bravísimo por SergejEjzenstejn. Y, si no identifican la música, googleen Mos Eisley.)
Y una última seña de identidad es el propio personaje de Woody Allen: el inigualable judío neoyorquino, neurótico y liberal de clase media-alta. Hay dos tipos de películas de Allen: en las que aparece como actor y en las que no aparece. Históricamente siempre preferí en las que salía, ya que pensé que se perdía algo si no lo hacía. Sin embargo, incluso en las que no cuentan con su presencia siempre había otro actor que representaba su papel icónico, con muy leves variaciones. Grandes actores han hecho maravillosamente el papel de Woody Allen: Kenneth Brannagh, Owen Wilson o John Cusack son buenos ejemplos.
Match Point
Match Point supone un punto de inflexión en la filmografía de Allen. Deja atrás Nueva York para rodar en Londres, deja atrás el jazz para sustituirlo por la ópera (y no cualquiera, sino arias de Caruso tocadas en gramófono), y desaparece su personaje icónico en una historia que tiene mucho de tragedia casi shakespeariana y nada de comedia.
La película comienza con una escena magnífica que sintetiza espectacularmente su tema principal: la suerte. Escuchen, de fondo, la magia de Caruso.
El tenis, la red, son elementos recurrentes en toda la película; la injusticia que supone que unas bolas entren por muy poco y otras no, cambiando radicalmente el destino de los jugadores3Pero pensemos también que el tenis es uno de los deportes más justos que hay: en todo momento del partido es posible darle la vuelta al marcador.. Incluso el propio golpeo de la bola en la red y el no saber hacia qué lado cae funciona como pistola de Chejov, apareciendo más tarde y decantando sorprendentemente el resultado del partido.
La cinta nos cuenta la historia de Chris Wilton (Jonathan Rhys-Meyers), un tenista irlandés retirado que ejerce como profesor de tenis en el Queen’s Club de Londres, que toma como alumno a Tom Hewitt (Matthew Goode), miembro de una de las familias más ricas de la ciudad. Pronto ve la ocasión clara de conquistar a Chloe (Emily Mortimer), la hermana de Tom, para acceder a la familia y, así, a una vida tremendamente acomodada.
Chris es un personaje ambicioso, de la estirpe de Barry Lyndon, que no dudará en usar su encanto y su falta de escrúpulos para encaramarse a lo más alto de la sociedad londinense. Pero aparece alguien de cuyo influjo es incapaz de sustraerse, y que hará peligrar sus infinitos deseos de medrar: Nola Rice (Scarlett Johansson), novia de Tom.
Uno de los grandes aciertos de la película es el atractivo de los dos protagonistas. Nada funcionaría igual si los personajes, vamos a decirlo, fueran más feos:
Y no solo porque la belleza es la muestra más clara de injusticia que tiene la vida. También es un canal para la buena o la mala suerte. Nada de esto se contaría igual con actores menos atractivos.
Ellos son el yerno y la nuera, los externos a la familia, y llegan al terreno de juego como iguales: nacen pobres, pero llegan a esa familia propulsados, básicamente, por su belleza. Pero esa misma belleza, que para Chris es el activo perfecto, es para Nola una maldición. La suerte de la belleza, pero también la desgracia de la belleza. Y ambos sufrirán los efectos del azar de una forma muy distinta.
Y es que la suerte da vueltas en la película continuamente.
La suerte abismal, casi paranormal, de Chris, que juega a su favor incluso cuando parece estar jugando en su contra.
La suerte horrible de Nola, totalmente incapaz de conseguir sus deseos, cosificada por todos los hombres que consiguen acceder a su compañía. Y nos lleva a la terrible frase de Marilyn Monroe, a quien el personaje de Nola recuerda irremediablemente (por su físico, por su inteligencia, por su tormento, por la manera en que es sistemáticamente utilizada): los hombres se acuestan con Marilyn, pero se despiertan con Norma Jean.
La suerte infinita de haber nacido ricos de Tom y Chloe; porque Match Point es también una obra sobre la clase y el privilegio. Una suerte que encierra una desgracia, pues su mundo acolchado no les permite distinguir a los buitres (en el fondo, pobres mendigos) que solo se acercan para aprovecharse de ellos.
Y la desgracia de no ser capaz de concebir un hijo, y la frustración enorme de no poder conseguirlo ni con todo el oro del mundo, que tan bien reflejada está en la cinta.
No solo es una película sobre la suerte; también es una película sobre la culpa. Sobre los crímenes perfectos y los imperfectos; sobre la necesidad (incluso propia) de purgar los delitos cometidos, sobre la conveniencia de no hacerlo. Sobre las personas que nos son útiles en la vida hasta que dejan de serlo4En todo esto es muy reminiscente de Delitos y faltas (1989), también de Allen: excelente película de la que Match Point retoma algunos temas pero de la que no es de ninguna manera un remake, como algunos (inexplicablemente) se empeñan en defender..
Chris es visto leyendo Crimen y castigo al principio de la cinta, en un anticipo de lo que está por venir. Él es primero Barry Lyndon (de hecho es también irlandés, me pregunto si no es casual) pero más tarde es Raskolnikov: como llega a decir textualmente, los inocentes son sacrificados por un bien mayor.
Y es que la cinta tiene mucho de Dostoievski, de Thackeray, pero también de Shakespeare. Y la presencia constante de la ópera, esa ópera en gramófono cantada por Caruso, refuerza el componente trágico a la manera shakespeariana. Esto no es una comedia, ni lo sueñen. Incluso en sus momentos más alegres tiene un toque extemporáneo, como advirtiendo de las nubes que, tarde o temprano, se formarán en el horizonte.
Es una cinta endiabladamente profunda, pero lo más glorioso es que es tremendamente ligera: si no fuera por su excelente factura podría trasladarse a un telefilm de las tres y media. No es necesario bucear en sus profundidades para disfrutarla como una obra maestra. La película funciona en su ritmo, en su guión, en sus actuaciones, en sus giros, como un maldito reloj. Te atrapa por las solapas y no te deja: no hace digresiones innecesarias, no se pierde en rodeos vacuos. Va directamente al grano.
Y otra cosa: es irremediablemente cool, maravillosamente sexy. Cuántas veces he paseado por Londres recordando los escenarios de la película. Siempre que pasaba por Sloane Square recordaba a Chris esperando a Nola tras su enésima audición fallida; siempre que me encontraba (unas veces paseando, otras muchas veces corriendo) a la orilla del Támesis, recordaba… ya saben (los que la han visto) a lo que me refiero.
Vean y escuchen esta deliciosa conversación:
El trabajo de los actores es excelente y contribuye a que la cinta funcione a las mil maravillas. Rhys-Meyers fue acusado de cierta inexpresividad, pero es para mí es perfecto para el papel: tiene la fría mirada de un depredador, una bestia sin escrúpulos que se siente a salvo por la inmensa protección que le ofrece su suerte5Esa misma inexpresividad fue la buscada explícitamente por Kubrick en el personaje de Barry Lyndon, y la encontró en Ryan O’Neal. Empiezo a pensar que nada en este continuo paralelismo es casualidad..
Y la actuación de Scarlett Johansson es soberbia, uno de sus mejores papeles: un personaje profundo y atormentado cuya personalidad genera mucha más atracción que la únicamente debida a su increíble atractivo físico. Entre ella y el guión de Woody Allen crean una de las actuaciones más creíbles que ha dado el cine sobre una mujer capaz de llevar a cualquiera a la perdición. A los hombres, sí, pero sobre todo a ella misma. En la mejor tradición del cine negro.
El resto del reparto es también magnífico, sobre todo los suegros de Chris, interpretados por Penelope Wilton y Brian Cox. Me resulta fascinante pensar que este último es también el terrible patriarca de Succession: pocas bromas habría habido si la familia política de Chris hubiera sido la de la serie estadounidense. Y pocas ganas de pertenecer a ella, claro. Para bien de Chris, el papel de Cox es aquí el de un suegro infinitamente más bonachón (pero también muy rico).
Match Point es una obra maravillosa, una de las mejores de Woody Allen. Y, paradójicamente, una de las más alejadas de su estilo habitual. Creo que es una película que queda por siempre en la retina de quien la ve.
Así que véanla, por favor. Háganlo ya. Y, si la han visto ya, véanla otra vez. Es imposible no caer en la fascinación de esta elegantísima película picaresca a orillas del Támesis, de esa casi indecente sesión de vouyeurismo sobre la vida de la clase alta inglesa con banda sonora de Caruso. Es imposible no volver a enredarse con su trama perfectamente diseñada, es imposible no morderse las uñas con el final de este increíble partido de tenis, aunque conozcan el resultado.
Y es imposible no volver a quedarse dando vueltas, durante un buen rato después de vista, sobre el protagonismo desproporcionado que tiene la aleatoriedad en nuestras vidas.
Y sobre el hecho aparentemente absurdo e inexplicable, y definitivamente injusto, de que unas personas tienen simplemente más suerte que otras.
Véanla, insisto. Siempre volverán sobre ella. Nunca olvidarán la historia de ese amoral y maldito tenista irlandés.